Alimentándonos de mitos

 

“Se puede engañar a mucha gente durante un periodo de tiempo corto, también se puede engañar a determinada gente durante un periodo de tiempo más largo, pero no se puede engañar a todos para siempre”. 
Abraham Lincoln

Desafortunadamente , en los días que corren, cuando se trata de nutrición y alimentación es común escuchar a cualquier hijo del vecino hablar con la seguridad de un experto. La cantidad de mitos y falsedades que circulan por las redes, pero también por corredores y pasillos es apabullante, y lo peor de todo, es que quien los pregona lo hace de forma tan contundente que la mayoría de la gente ni lo cuestiona.

Pero, si nos ponemos a pensar un poco, ¿Por qué será que justo en el área de alimentación pase esto con tanta frecuencia? ¿Por qué cada cinco minutos surge un nuevo alimento milagroso, al tiempo que se señala a otro como “veneno puro”? ¿ Y por qué será también que tanta gente cae de forma casi inmediata en estos dogmas sin cuestionar mucho la fuente de origen?

Creo que todo esto tiene que ver con varias cuestiones:

  1. La Industria de las dietas tiene un valor aproximado de 66 billones de dólares. Esto la ha convertido en un medio más que atractivo para promover productos, servicios, suplementos y alimentos que prometan salud, bienestar y sobre todo, el tesoro más preciado en este mundo: un cuerpo delgado.
  2. Esta misma industria se ha encargado de crear en la sociedad un desmesurado pavor por enfermar, pero sobre todo por engordar, a tal grado que la gente es capaz de comprar cualquier idea o novedad que se le venda para evitar sentirse vulnerable.
  3. La mayoría de la gente ha hecho alguna vez en su vida una dieta, y esto ha contribuido a que para hablar de nutrición y alimentos hoy en día casi cualquiera se sienta experto. A la gente le basta con hacer un pequeño curso online,  haber ido al nutriólogo o haber experimentado algo de forma personal  que se leyó en internet para asegurar que funciona. Pocas veces las aseveraciones, que suelen ser muy contundentes, se fundamentan en estudios científicos controlados.

 

Los mitos y leyendas son más que abundantes, y generalmente se propagan justo al tiempo en que surgen en el mercado aquellos “superhéroes” que vienen a salvarnos del villano del momento. Pongamos algunos ejemplos:

  1. Hace unos años comenzó una campaña de desprestigio contra los lácteos, misma que fue acompañada simultáneamente de la explosión de unos productos antes inexistentes, las llamadas leches vegetales, que de leche no tienen nada. Estas bebidas hechas a base de arroz, almendra o coco, que hoy en día abundan en los pasillos de los supermercados, además de tener un contenido nutricional muy distinto al de la leche de vaca, tienen un costo mucho mayor. ¿Será que alguien se aprovechó de esta satanización de la leche común?
  2. Al pobre pan le pasó algo similar: el trigo, que ha formado parte de la base de la alimentación por muchos años de pronto fue señalado por poseer entre sus componentes a un villano mayor, el diabólico gluten. El gluten es una proteína presente en el trigo, y ha estado ahí desde siempre. Es cierto que existe un sector de la población que no puede consumirlo a causa de la enfermedad celiaca, pero esto corresponde únicamente al 1% de los seres humanos. Curiosamente, al tiempo que el gluten empezó a ser señalado como el responsable de todas nuestras desgracias, comenzaron a surgir innumerables productos libres de gluten, también a un precio elevado… ¿será coincidencia?
  3. ¿Es posible que la bebida más neutral y benevolente de todas, la sustancia más importante para nuestro cuerpo, ya tenga competencia? Aunque usted no lo crea, así es. Ahora resulta que beber agua corriente no es suficiente, sino que es necesario invertir gran parte de nuestros ingresos para hidratarnos mejor con elegantes y costosas aguas alcalinas que nos prometen una vida más larga y saludable.
  4. Dentro de todos los nutrimentos que requiere nuestro cuerpo para sobrevivir, existen 3 que son considerados macronutrimentos, es decir, nutrimentos que se requieren en cantidades mayores. Estos son los hidratos de carbono (conocidos como carbohidratos), las grasas (o lípidos) y las proteínas. La recomendación de los expertos en nutrición, es que los hidratos de carbono aporten la mayoría de las kilocalorías de la dieta, ya que constituyen la principal fuente de energía, y a través de ellos se obtiene glucosa, un nutrimento indispensable para  el funcionamiento de nuestro cerebro. Sin embargo, los carbohidratos han pasado a ser más temidos que el propio satanás. Pareciera que de solo acercarnos a ellos pudiéramos estar perdiendo años de vida o ganando kilos de forma descontrolada. Claro que no hay de qué preocuparse, pues la industria de la dieta está ahí para rescatarnos: desde polvos y barras de proteínas hasta panes, sí,  escucho usted bien, panes bajos en carbohidratos (no quiero ni averiguar de que están hechos).

 

Esta lista podría extenderse mucho más, pero me sería imposible abarcar en unas cuantas líneas la enorme cantidad de mitos que existen alrededor de un acto que debería de fluir de una forma mucho más natural y sin necesidad de tantas reglas externas. La información que existe hoy en día es abrumante,  a tal grado que ha desatado una terrible ola de “comidofobia”.

No podría estar más de acuerdo con Jan Chosen Bays en su tan atinada observación : “He acabado por no tomarme en serio ninguna afirmación absoluta sobre la comida, tanto si aparece publicada en una revista médica como si es producto de mi propia mente. El camino intermedio nos aconseja no dejarnos atrapar en ningún extremo, no aferrarse a ningún tipo de comida ni despreciar otro. La comida es comida, el resto son juegos mentales”.